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El peregrinar forma parte de una antigua tradición de la Iglesia. El mismo Jesús, siendo observante de la ley judía, peregrinaba a Jerusalén.
La peregrinación es signo de un “camino de conversión”; al caminar, el peregrino busca un cambio en su vida, quiere recibir el perdón de Dios e iniciar una nueva vida marcada por la misericordia y la compasión hacia todos los seres humanos.
Peregrinar es también fuente de gozo, tal como lo expresa el salmista “Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor” (Sal 122,1) El peregrino camina hacia el templo con el anhelo de encontrarse con Dios, estar en su presencia y abrirle el corazón.
A semejanza de Jesús y sus discípulos que recorrían los caminos de Palestina para anunciar el Evangelio de la salvación, también nosotros con nuestro peregrinar anunciamos la fe y reflejamos nuestro ser discípulos y misioneros de Jesucristo.
Entramos en comunión con quienes realizan el “santo viaje” (Sal 84, 6) y en comunión con el mismo Señor que camina a nuestro lado, como caminó al lado de los discípulos e Emaús (cf. Lc 24, 13-35)
Cruzaremos la Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia para entrar en el Santuario de nuestra madre del Carmen. Este gesto propio del Año Santo quiere ser un auténtico momento de encuentro con la misericordia de Dios que va al encuentro de todos con el rostro del Padre que acoge y perdona, olvidando completamente el pecado cometido. De ahí, la invitación a experimentar el gozo de ser perdonados a través del sacramento de la reconciliación.
Se trata, por tanto, de poner el corazón en contacto con el amor misericordioso y abrirnos a la transformación personal que él provoca y que nos lleva a vivir nuestro compromiso cristiano de una manera más plena, tanto en nuestra relación con Dios como con nuestro prójimo.